Por Isaac Ramírez
Ciudad de Guatemala, 13 sep (AGN).- Varios años antes de la independencia, la Iglesia empieza a despertar sospechas de apoyar la causa libertaria. Para denunciarla, había personas por doquier y los únicos lugares seguros para reunirse eran los conventos.
El monasterio de los betlemitas (actualmente Instituto Normal para Señoritas Belén) fue testigo de estas juntas clandestinas, y donde se reunían religiosos, algunos militares, políticos y seglares. De aquí viene el nombre de Conjuración de Belén, es decir, hecho de jurar guardar el secreto.
Fray Juan de la Concepción, el prior del convento, se encargaba de recibir por las noches a los conjurados. El movimiento, planificado para el 2 de diciembre de 1813, fracasó, porque el capitán general José de Bustamante fue informado por el soplón Prudenciano de la Llana.
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Represión
Como escarmiento, se reprimió y abrió causa criminal a varios insurrectos, entre estos, Cayetano y Mariano Bedoya (hermanos de doña Dolores Bedoya, y quien intervendría después por su liberación), fray Juan de la Concepción, José de la Llana, Mariano Sánchez y Joaquín Yudice.
Francisco Barrundia logró escapar lanzándose por una ventana del convento, pero luego fue continuamente perseguido. Al respecto, posteriormente fue condenado a muerte a garrotazo, pero dicha sentencia se suspendió.
Bustamante y Guerra también encarceló al fraile mercedario Víctor Castrillo, quien se libró de ir a la horca por ser religioso. También a Tomás Ruiz, uno de los primeros sacerdotes indígenas del país. Fue capturado el 1 de diciembre de 1813, un día antes de que concretara el plan.
Ruiz y otros conjurados fueron condenados, unos a la horca y otros a prisión, pero personas con influencia evitaron tales castigos. Ruiz permaneció cinco años en prisión, incomunicado. Ya libre, en 1819, salió hacia Chiapas, México, donde murió a los 47 años, como consecuencia de los golpes que recibió en la cárcel.
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Para borrar atropellos
Paradójicamente, para borrar los atropellos, algunos conjurados de 1813 fueron recompensados al salir de prisión. Por ejemplo, a Joaquín Yudice le dieron un cargo en las Verapaces.
El caso de los hermanos Bedoya dio otro giro: a Cayetano lo encarcelaron durante cinco años; luego, para congraciarse con él lo enviaron a México como portavoz de la independencia. Mariano no consiguió ningún cargo público. Por el contrario, siempre lo vigilaron por ser considerado peligroso para el régimen.
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