Doha, 24 nov (EFE).- Aplacada 80 minutos por Corea del Sur, atrevida, constante y sin complejos, la selección de Uruguay entró en juego en el Mundial Catar 2022 con un empate decepcionante, ajeno a la condición de alternativa que ella misma siente frente a los favoritos, sin méritos para ganar hasta el tramo final, sin una proposición acorde a su nivel, sin ambición hasta que comprobó que el 0-0 era un destino inminente y con Fede Valverde reducido casi a la intrascendencia hasta un trallazo a última hora al larguero.
Al equipo celeste le pesó el debut. Llamado a ser un actor principal, la entrada en escena nunca es fácil en un Mundial. La presión lo apocó. Advertido estaba: un triunfo en sus últimos siete estrenos en la competición que lo desvela desde hace 72 años, desde la segunda y última vez que conquistó el planeta, desde que persigue una cima que lo esquiva una y otra vez, cuya dimensión ha sido demasiado lejana para él, quizá hasta ahora… O quizá tampoco ahora.
No hay duda por futbolistas. Ni por el proyecto de Diego Alonso, el entrenador que recompuso al equipo el pasado enero, cuando el fracaso acechaba al conjunto celeste, mucho más fuera que dentro de Catar 2022, donde se presenta entre unas expectativas hoy por hoy desbordadas, a juzgar por cómo encaró y desarrolló su primer duelo contra Corea del Sur, sin futbol y con un par de ocasiones: un cabezazo al poste de Godín o de un tiro a última hora de Fede Valverde a la escuadra. Lo único. Demasiado poco.
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El medio campo
Sólo el futbol directo alivió a Uruguay. Los dos pelotazos cruzados de Giménez desde su campo, combinados con la velocidad de Pellistri, el veloz chico de 20 años en el que la convicción de Diego Alonso es absoluta (no ha jugado en toda la actual temporada con su club, el Manchester United, pero es un fijo en la selección nacional), fueron la mejor (la única) opción entonces para el equipo uruguayo. Su única manera. Su única respuesta.
No funcionó el medio campo con la posesión. Lo delató la secuencia repetitiva de pases horizontales que intercambiaron Godín y Giménez. Ni Vecino ni Bentancur ni Valverde, cuya demarcación en el campo, bastante más retrasado en sus primeros pasos en el mundial que en sus momentos más deslumbrantes en el Real Madrid, contrasta con sus cualidades más visibles, con la fuerza, el recorrido, el tremendo tiro y la extraordinaria llegada del Halcón, un portento cuya influencia se rebajó este jueves, demasiado lejos para volar de verdad, hasta la ofensiva final, cuando sí se acercó al área, al hábitat que desata sus cualidades.
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Segundo tiempo
Del vestuario salió la misma Uruguay. Desdibujada, ya sin coartada. No la tiene que en los primeros siete minutos del segundo periodo no fuera capaz ni siquiera de ir más allá de su medio campo. O que viviera todo ese tiempo refugiado en torno a su valor más preciado de todo el encuentro, su propia portería, a la espera de acontecimientos, con los futbolistas que tiene y con la ambición que ha publicitado en sus horas previas al Mundial en Catar.
Rebasada la hora del partido, apenas había reaparecido en un contragolpe de Darwin Núñez. Lo hizo todo él. Una individualidad entre el ocaso colectivo. Fue un impulso para ir más allá. También el primer cambio de Diego Alonso (Cavani por Luis Suárez, goleador por goleador). Aún quedaba la ofensiva final, cuando de verdad sí se reconoció a sí mismo, muy tarde, con la presión del crono, y con un tiro al larguero. El final de un 0-0 decepcionante.
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