Ciudad de Guatemala, 2 feb (AGN).- Para Jorge Quiñonez, la cocina fue una manera que utilizó su familia para mantenerlo ocupado y desarrollar sus habilidades.
Su abuela Norma le ponía tareas propias de un niño de 8 años que daba sus primeros pasos en la cocina.
“Era un niño muy activo. Todo el tiempo pasaba dándole vueltas a la casa de mi abuela. Entonces me ponía a cocinar con ella y a ayudarla. Me utilizaba como sus manos”, reconoce Jorge entre risas.
A sus 26 años, el guatemalteco Jorge Quiñonez recuerda cómo nació su pasión por la cocina y el largo camino recorrido, con sus altas y bajas, para llegar hasta donde está: ser chef ejecutivo del restaurante Jeeda’s, en Egipto.
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Amor por la cocina
A pesar de que el inicio de su carrera fue en la cocina de su abuela Norma, Jorge indica que fue posible desarrollar sus habilidades gracias al apoyo de su papá.
Su mamá se casó con Ottmar, el dueño de un restaurante, quien identificó en el pequeño, ya de 11 años, el gran talento que poseía y lo motivó a especializarse.
“Cuando tenía vacaciones en el colegio me regalaba cursos para que fuera todos los días y aprendiera en una escuela de cocina para niños”, dice el chef.
Al crecer y llegar a los 15 años, Jorge afrontó una situación común para cualquier joven de su edad: elegir una carrera profesional. Él admite que siempre fue un niño y adolescente complicado. Siempre tenía energía y era un estudiante difícil para algunos maestros.
“Era el típico alumno que los profesores siempre castigaban o lo mandaban a estar afuera de la clase”, menciona.
Pero aún durante sus años de adolescencia, la cocina seguía presente en su vida. Un día haciendo pasteles, otro día galletas, otro día algún postre diferente, que vendía durante el recreo en su escuela.
Como no era un estudiante de calificaciones perfectas o destacadas, Ottmar, su padre, lo impulsó a profesionalizarse en la cocina.
“Creo que sos muy activo y en la cocina eso se necesita: alguien activo todo el tiempo, en movimiento y listo para hacer las cosas”, le dijo a su hijo.
Ahora, si alguien piensa en algún lugar que desarrolla profesionales de cocina, rápidamente se le viene a la mente el Intecap (Intituto Técnico de Capacitación y Productividad) y ese fue el lugar donde Jorge empezó su viaje, más serio, hacia el mundo de la gastronomía.
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Disciplina
Debido a su temprana incursión en el mundo de la cocina, Jorge pensaba que se las sabía todas. Sin embargo, cuando durante un curso su docente le llamó la atención por no tener una buena pasta, a pesar de seguir todas las instrucciones, Jorge notó que le faltaba algo más: pasión y disciplina.
“Empecé a identificar que no solo es usar la razón o seguir una instrucción sino poner los sentidos en lo que estamos haciendo. Creo que ahí fue donde me decidí”, señala.
En ese momento, el diamante en bruto reparó en que “no hay talento que perdure si no hay disciplina”.
La cocina es un campo de batalla donde controlar las emociones es esencial para entregar un plato exquisito a cada comensal.
“Así como uno tiene altas, también tiene bajas. Estar teniendo problemas en un evento da ganas de dejarlo todo y es por eso que hay que controlar las emociones y agarrarse de la disciplina para levantarse”, reconoce.
Ante esto, Jorge menciona que ha conocido excelentes cocineros y chefs que en sus momentos de quiebre, deciden dejarlo todo por la presión.
“Hay que tener humildad y darse cuenta de que no todos los días se hace el papel perfecto. Hay que aceptar los errores que se cometen y ver cómo se pueden solucionar los problemas y mejorar”, afirma.
El talento de Jorge no podía negarse, por eso lo eligieron para concursar en la competencia WorldSkills America. Jorge iba confiado. Había practicado con cocineros asesores, sabía la teoría y tenía el talento. Sin embargo, esa confianza poco a poco se fue desvaneciendo cuando sus platos comenzaron a tener puntuaciones malas.
“Empecé a pelear con todos, a contestarle mal a todo el mundo y mis platos empezaron a tener puntuaciones muy malas. Quedé en segundo lugar y me vine abajo”, recuerda el chef.
Fue un golpe a la realidad. Se dio cuenta de que su actitud era algo en lo cual debía mejorar para llegar a ser un buen chef.
“Desde ese día comencé a hacer un cambio en mi forma de percibir la vida y de comportarme”, asegura.
Al parecer, la vida decidió pasarle el examen nuevamente y ver si esta vez daba la talla: viajó a Colombia a representar a Guatemala. Esta vez sí aprobó el examen y ganó el primer lugar para el país.
Al volver a Guatemala, Jorge se sentía una persona nueva y su esfuerzo se vio recompensando a través de una beca en el Instituto Le Cordon Blue Mexico City.
“Es la escuela más antigua y más famosa del mundo. Quería ir y volver con una técnica totalmente distinta y probar el conocimiento que tenía de Intecap en el extranjero”, comenta.
Pero ¿cómo llegó a Egipto?
Jorge Quiñonez estudió, se capacitó y dio lo mejor de sí mismo. Regresó al país y comenzó a laborar para una empresa de gastronomía. Luego conoció a una persona que tenía el proyecto de inaugurar un restaurante de comida española en Egipto. Quería que Jorge trabajara con él.
Sin embargo, esto significaba dejar a su equipo cuando más lo necesitaba, puesto que se acercaba la temporada de convivios y la carga se volvía más pesada durante este período.
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Jorge no pudo darle la espalda a su equipo y decidió continuar con ellos, así que otra persona tomó su lugar en el país africano.
Dos meses después, el guatemalteco recibió nuevamente la oferta: viajar a Egipto y ser chef ejecutivo del restaurante Jeeda’s.
Lo consultó con la almohada y con su familia. En ese momento, Jorge se encontraba fortaleciendo los lazos familiares porque, reconoce, el trajín de la cocina dificultaba mantener las relaciones con sus seres queridos.
“Me dijeron que fuera a probar, pero yo no quería ir a probar sino hacer las cosas”, dice decididamente.
Y se marchó hacia Egipto. Sin conocer el lenguaje, pero esperanzado en comenzar una nueva aventura y probarse una vez más a sí mismo que podía lograrlo y que lo haría.
Adaptarse era una historia completamente diferente. Al llegar tuvo a su cargo a 12 cocineros, con quienes no podía comunicarse, debido a la barrera del idioma. Así que comenzó, palabra por palabra, a formar su vocabulario. Cuchara, tenedor, olla, platos y cuchillo fueron algunas de las primeras palabras que Jorge aprendió en árabe.
“Fue complicado. Fue como correr a un tren que va en movimiento e intentar subirse”, recuerda Jorge.
De ahí, empezó un proceso de aprendizaje y acoplamiento entre él y su equipo. Horas y horas pasaron para que Jorge pudiera dominar el árabe y mejorar la comunicación con sus compañeros.
Un año después la relación entre él y su equipo ha evolucionado. Un año después Jorge puede decir que lo ha logrado. Un año después los ojos de Guatemala se posan sobre él para conocer su historia y sentirse orgulloso del chef ejecutivo.
“Nunca me senté a analizar hasta dónde he llegado o todo lo que he pasado. Hasta ahora me doy cuenta y me siento orgulloso de la persona que soy hoy en día y de lo que hago”, dice con humildad.
Al ser consciente sobre lo que significa ser un guatemalteco exitoso en el extranjero, el chef indica que quiere ser una palanca para otros jóvenes como él.
Su propio restaurante es la meta que ha trazado y que pretende alcanzar en el futuro. Ya tiene el nombre: Agua.
“El agua es el mejor conductor de la energía y eso es lo que espero que este lugar sea. Donde los artistas puedan expresarse y ser el medio para que alguien más alcance el éxito”, detalla.
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AGN lc/dm