Ciudad de Guatemala, 16 abr. (AGN).– La Semana Santa en Guatemala no solo se celebra con procesiones, alfombras coloridas y rezos, sino también con una variedad de platillos tradicionales que despiertan el sentido del gusto y conectan con las raíces culturales del país. Durante estos días, muchas familias mantienen viva la costumbre de preparar recetas heredadas de generación en generación.
Entre los más representativos está el famoso bacalao a la vizcaína, un platillo de origen español que se ha adaptado al gusto guatemalteco. El pescado seco, acompañado de papas, aceitunas, pasas y una salsa de tomate con pimientos es protagonista en muchas mesas. Este platillo suele servirse el Viernes Santo, en respeto a la tradición católica de no consumir carnes rojas durante esta fecha.
El Coro Nacional de Personas con Discapacidad “César Augusto Hernández” (CNPD) presentó un emotivo musical que combinó la magia del arte con el fervor de la religiosidad, acompañado por talentosos músicos invitados y un grupo de brillantes actores. pic.twitter.com/sAnE7q3A40
— Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala (@McdGuate) April 7, 2025
La dulzura de la Semana Santa
Durante esta temporada no pueden faltar los postres. Las torrejas, rebanadas de pan envueltas en huevo, fritas y luego bañadas en miel de panela con canela y clavo de olor, son uno de los gustitos favoritos de la época. También se prepara el tradicional arroz con leche y las empanadas de manjar, estas últimas rellenas de una crema espesa y dulce, se sirven frías o calientes, según el gusto familiar.
El acto de cocinar durante Semana Santa se convierte en una actividad familiar que fortalece la unión y el sentido de pertenencia. Muchas veces, las abuelas son las encargadas de dirigir la preparación, mientras los más jóvenes aprenden los secretos de cada platillo. Las cocinas se llenan de aromas especiados y dulces, creando un ambiente cálido y festivo.
Al final, más allá del simbolismo religioso, estos platillos representan la identidad guatemalteca. La Semana Santa se convierte en un viaje sensorial en que el gusto también participa en el recogimiento y la celebración. La comida típica, entonces, es mucho más que sabor: es historia, es cultura y es memoria compartida.
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